Escribir o morir



El Papa llama al Juicio





Cuento: Las plantas me cuidan



En una gran ciudad vivía un gran médico. Siempre atendía sus pacientes en el hospital el Doctor Gabriel, pero una mañana se levantó con un pequeño dolor en la rodilla. Los días avanzaban y el dolor también crecía. En el hospital donde trabajaba comenzó a hacerse algunos estudios y ninguno revelaba la verdadera fuente de su malestar. Primero intentó solucionar su queja con unas pastillas pero su estómago se resintió y prefirió buscar otra solución. En la farmacia consiguió medicamentos inyectables pero de tanto picotón sus brazos parecían un colador. 




Una mañana decidió en vez de ir al hospital, mejor tomarse un descanso e ir a visitar a una tía que vivía en el campo. Cuando llegó a la finca, la tía no estaba. Don Gabriel cansado de tanto manejar decidió acostarse a descansar en el jardincito que estaba en el frente de la casa.




Entre sueños sintió los aromas de todas las plantas que vivían en el jardín. Así fue que comenzaron a visitarlo para contarle que también sabían de medicina  y estaban dispuestas a ayudarle. La primera que se presentó fue doña sábila y le dijo: “amigo puedo ayudarte con tus articulaciones.Tal vez tu rodilla ya está cansada y tomando jugo de sábila mejorará tu elasticidad”. Doña sábila tenía muy buena intención pero Don Gabriel sabía por los estudios del hospital que ese no era el problema. Se despidieron y llegó entresueños la albahaca morada de una vez el gran doctor le dijo: “Muy buenas tardes señora mía, pero no voy a cocinar ninguna pasta, así que no veo para que me visita”. Pero la albahaca morada llena de compasión le respondió: “no soy sólo un condimento, puedo ayudarte a digerir los alimentos. O tal vez tu problema esté en los riñones y para eso también te sirve probar de mis hojas”. El doctor se sorprendió de su propia ignorancia y se disculpó con la albahaca morada pero de todas formas él sentía que el problema de la rodilla tenía otra causa.




Así fue cómo se acercó yantén  y le dijo que de todas formas use sus hojas en una infusión. Le ayudaría a bajar la inflamación. Doña Yanten sabía que no iba a ser una cura definitiva pero mientras tanto aliviaría el dolor. Seguiditas llegaron las hojas del guayabo y le explicaron al doctor que podía hacer una venda colocando las hojas sobre la zona inflamada, simplemente estar abrazando la rodilla iba ayudar. Saragundi y solda solda llegaron juntas como hermanas. Saragundi le dijo que sí sentía hinchada la articulación seguramente era por el ácido úrico y que un té de sus hojas le haría muy bien pero se acercó junto a solda solda porque unos masajes en la zona de la rodilla le ayudarían también. Le comentaron otro consejo de las plantas:” siempre va a ser mejor cuando trabajemos cómo hermanas”. La bella gavilana de lejos lo miraba y le gritó: “a mí ni te me acerques, salvo que sientas cólicos o no pueda salir del baño. Con tu rodilla nada puedo hacer”. También Doña insulina estaba plantada en el jardín y le preguntó al doctor como estaba con su presión arterial. Don Gabriel no tuvo respuesta pero anotó en su libreta de sueño que debería hacerse estudios, tal vez ahí estaba la solución. Juanilama y hierbabuena se acercaron como viejas conocidas. “Hola doctorcito” le dijeron con confianza “¿ya sabe que va a elegir para curarse esta vez? tenga cuidado con los químicos que si abusa traen consecuencias. En cambio un rico té no puede hacerle ningún mal. Lo conocemos desde gûila cuando le dolía la panza y combinaban nuestras hojas. Ahora quizá no ayudemos con la rodilla, pero seguro podemos traer buenos recuerdos de su infancia. Un tecito de hierbabuena y juanilama puede ayudar a cobijar su alma”.




Don Gabriel se despertó de un sobresalto porque había llegado la tía por fin. Sentía que había aprendido más en ese sueño que en tantos años de estudiar medicina. Agradecido con la naturaleza tomó nota en su libreta y comenzó a hacerle caso a las hierbas preparando un té para pensar cuál sería la mejor receta. En letras grandes comenzó a escribir, las plantas me cuidan y yo las cuido a ellas. 




Rezo: Rey de Batón





En una caminata por el costado del río, me encegueció el brillo del sol al reflejarse en el agua. Cuando pude ver con claridad el Rey de bastos se había aparecido de la nada. Sólo dijo una frase: “Pide y se concederá”. Para mí fue como una orden de fuego que bramaba la aparición. Por más que antes no tenía nada en mente en ese instante se me ocurrió. "No quiero nada para mí que no sea para todos. Deseo entender a los peces del mar”. El Rey de batón, golpeó bien fuerte el suelo con su cetro gigante e instantáneamente se vetó la ley de pesca de arrastre. 


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